Informe sobre psicopatía – Segunda Parte
Conociendo al camaleón
Por Lic. Margarita Rodríguez Suárez
Diferentes autores han venido estudiando desde hace décadas a este tipo de personas que tienen una personalidad anormal denominándolos de diferentes maneras: se los puede llamar psicópatas, narcisistas, perversos (morales y/o sexuales), con trastorno antisocial, o perversos narcisistas; y si bien en el lenguaje popular se los tilda de “enfermos” o “locos”, todos los autores coinciden en que no es una enfermedad mental, es decir, son conscientes de sus actos y por lo tanto son imputables ante la ley y refractarios a cualquier tipo de tratamiento.
En la clínica a veces es muy difícil adjudicarles un nombre preciso dado que las características que distinguen a unos de otros casi no existen, es decir, comparten patrones de comportamiento comunes.
Robert Hare, publicó una “Escala revisada de valoración de la psicopatía” en 1991 y en una versión reducida en 1995 se abrió a la evaluación de sujetos que están integrados a la sociedad y no necesariamente encarcelados. (Hoy sabemos que no todos los psicópatas son asesinos y no todos los asesinos son psicópatas).
Escala de Psicopatía de R. Hare:
Factor 1: Encanto superficial y locuacidad – Sentimiento de grandiosidad personal – Mentira patológica – Manipulación – Falta de sentimientos de culpa y de arrepentimiento – Emociones superficiales – Insensibilidad/falta de empatía – Incapaz de reconocer la responsabilidad de sus actos
Factor 2: Búsqueda de sensaciones -Estilo de vida parásito – Falta de autocontrol – Problemas de conducta precoces – Sin metas realistas – Impulsividad – Irresponsabilidad – Delincuencia juvenil – Revocación de la libertad condicional
Y hay tres ítems adicionales: Conducta sexual promiscua – Muchas relaciones maritales breves – Versatilidad delictiva
En 1998 Robert Hare escribió: “He descrito al psicópata como un depredador de su propia especie que emplea el encanto personal, la manipulación, la intimidación y la violencia para controlar a los demás y para satisfacer sus propias necesidades egoístas. Al faltarle la conciencia y los sentimientos que le relaciona con los demás, tiene la libertad de apropiarse de lo que desea y de hacer su voluntad sin reparar en los medios y sin sentir el menor atisbo de culpa o arrepentimiento”
CONOCIENDO AL CAMALEÓN
Dentro de depredadores que conocemos en nuestro planeta, mencionamos al camaleón, perteneciente a la familia de los reptiles. Es difícil reconocerlos tanto de día como de noche, dada su capacidad de camuflarse con el ambiente, siempre cuidando su supervivencia, que es lo único que los mueve.
El lenguaje popular ha llamado camaleones a los psicópatas, por eso me pareció importante investigar sobre el comportamiento de este animal, para construir una analogía que nos permita comprenderlos mejor (como prevención) y conocer mejor a sus víctimas.
El camaleón se desliza por las superficies (generalmente la tierra, pero suben a los árboles también si fuese necesario) de un modo sigiloso y lento. Esto les permite ocuparse de su supervivencia sin llamar mucho la atención de otros animales más grandes y peligrosos para él. También este movimiento sigiloso le permite acercarse a su alimento (sus víctimas) sin que éstas se asusten. De lo contrario su víctima escaparía.
Una vez que visualiza su posible alimento, estudia los movimientos de la víctima “estratégicamente”. Se muestra inofensivo, así logra que su víctima se acerque sin resguardo alguno.
Llegado el momento indicado, extiende su extensa lengua (perfecta analogía con el psicópata) y en un rápido movimiento se la come.
¿Qué tipo de alimento busca el camaleón?
Busca principalmente insectos, mariposas y caracoles. Si tiene mucho hambre y no hay a la vista los de su preferencia, pueden comer vegetales.
¿Qué alimento elije?
No elije cualquier insecto. ELIJE EL QUE MÁS BRILLA.
¿Por qué? Porque supone que será el más nutritivo, el mejor, el que cree le aportará lo que él no tiene. Pero no lo tendrá nunca, aunque se lo coma.
Sus víctimas tienen que estar en buen estado de salud y llenas de cualidades. En un descuido (quizás entendido como un momento de vulnerabilidad o excesiva confianza o ingenuidad), el camaleón las atrapará para destruirlas en sus fauces.
Haciendo esta analogía entre el psicópata y el camaleón podemos darnos cuenta de la peligrosidad que reviste acercarse a un depredador emocional como lo es un psicópata, la necesidad de estar en alerta debido a la forma inofensiva con la que suele acercarse, y para no permitirles nuestro descuido de ser demasiado ingenuos o confiados.
Y lo más importante: la víctima es quien más brilla. Llena de capacidades y talentos, son elegidas por estos depredadores como un primitivo mecanismo de supervivencia para arrebatárselo (envidia y perversión juntos).
Y tenemos que saber que no se debe a una debilidad de carácter ni a un mecanismo masoquista. La víctima siempre es víctima. No disfruta, no goza, no permanece porque quiere. Permanece porque ha sido anclada a algo (económico, afectivo o sexual) y ese lugar es una tortura. Si no sale es porque aún no puede, no porque no quiera. Es víctima porque no está en el lugar que quiere estar, no es lo que esperaba. El psicópata la ha estafado emocionalmente.
El camino para salir de allí puede ser lento, pero se puede lograr. La víctima ha entrado en un proceso llamado de disonancia cognitiva que tiene sus pasos a transitar y su tiempo, que es variable de una persona a otra.
Mucha información, mucho trabajo interior, crecimiento interno, y trabajar la autoconfianza y la autoestima. Una terapia y los grupos pueden ser de mucha ayuda.
También aprender que en la vida la maldad y la crueldad existen aunque sean conductas que no entran dentro de sus códigos morales: los seres más primitivos han sobrevivido así a lo largo de la historia. Pero los seres humanos no necesitamos ya de esos mecanismos tan primitivos, vamos aprendiendo otros más evolucionados que tienen que ver con la bondad, la empatía, la comprensión, la compasión y el amor. Y que gracias a ellos podemos considerarnos «humanos».
Continuará en Tercera Parte