La gestión de los egos

Una de las tareas más arduas de cualquier jefe, líder o director es la llamada gestión de los egos, y así lo ha reconocido el muñeco Gallardo, entrenador de River Plate, en sus últimas declaraciones periodísticas.

Muchas personas que pasan a integrar un grupo humano no saben que deben resignar una parte de su narcisismo individual en aras del buen funcionamiento grupal.

Algunos miembros intentan negociar su talento individual por un puesto donde su ego esté lo suficientemente inflado como para sentirse satisfechos. Pero esta negociación tiene un límite porque nadie es imprescindible y entonces, por ejemplo, un futbolista muy talentoso puede renunciar porque hace rato que lo mantienen como suplente, o un cantante de ópera lo mismo, ofendido porque el director no lo destinó como voz principal sino como acompañante del coro.

Esto no significa necesariamente que el director se haya equivocado en la distribución de roles. Simplemente entiende que es así como el equipo funciona mejor, y si el ego inflado así no lo comprende tiene todo el derecho de renunciar.

Algunos egos inflados aceptan que al principio deban pagar un derecho de piso, pero cuando pasa mucho tiempo sin que lo destinen a la función acorde con sus expectativas narcisistas, comienzan a sentirse mal sin entender que la estrella no son ellos sino el grupo, y sin entender que a veces el grupo sólo necesita una parte de su “gran” talento individual.

Si de hilar fino se trata, el ego inflado debe entender que su narcisismo individual no ha desaparecido sino que parte de él debiera transformarse en un narcisismo grupal que hace que se sienta satisfecho por pertenecer a un grupo valioso. Sólo transfiriendo al grupo parte de su propio narcisismo, el “yo” podrá dejar lugar al “nosotros”.

Pablo Cazau