Hay un momento en nuestra vida donde por fin llega el título universitario entre harina, huevos y aplausos, y creemos ingenuamente que ya somos profesionales, cuando en realidad apenas si somos alumnos expertos. Ya al día siguiente todos empiezan a notar una metamorfosis que irá delineando nuestra identidad profesional. Como ahora hemos pasado de la noche a la mañana a ser licenciados, miramos con mayor circunspección a los demás, no nos reímos tanto, dejamos de usar zapatillas y disimulamos más nuestras travesuras. También dejaron de existir en nuestro vocabulario las toses y los rayes, que pasaron a convertirse en conversiones histéricas y trastornos de la personalidad, palabras estas que jamás habríamos utilizado siendo alumnos porque nos hubieran tildado de excéntricos y engreídos.
De la misma manera, el flamante ingeniero civil ya no dice que el edificio se mueve con el viento sino que posee una estructura elástica, y el novel abogado ya no pregunta ¿a quién le hiciste juicio? sino ¿quién es el demandado? Y es así que los demás esperan que hablemos como licenciados, porque si ante una consulta de nuestros parientes y amigos les diagnosticamos mal de ojo inmediatamente dudarán de nuestra idoneidad profesional y se preguntarán para qué hemos estudiado seis años en la universidad.
Apenas recibidos somos licenciados sólo nominal y legalmente porque de profesionales, en realidad, nos recibimos luego de treinta años cuando, en una ceremonia íntima en un rincón de nuestro lugar de trabajo, finalmente exclamamos por lo bajo: «Ahora… ahora sí soy un profesional».
Hoy en día, un psicólogo es una persona con formación académica universitaria y título habilitante que puede resolver problemas que requieran conocimientos sobre la mente, que goza de reconocimiento social, académico y legal. Al menos en nuestro país, Argentina, tiene reconocimiento social porque la gente sabe que hay psicólogos a quienes puede consultar, tiene reconocimiento académico porque la comunidad científica lo acepta como uno de los suyos, y tiene reconocimiento legal porque hay una ley número 23.277 que regula el ejercicio de su profesión, define sus incumbencias y, por lo tanto, que puede ser controlado y penalizado por el conjunto de la sociedad.
El psicólogo recién graduado no siempre ha elegido su campo de trabajo, no siempre ha esclarecido sus preferencias pero poco a poco irá seleccionando su lugar en el amplio territorio de la psicología ubicándose en cierta rama, teoría, campo y nivel de la psicología, definiendo así sus intereses profesionales. Por ejemplo, quien eligió psicoanalizar pacientes en grupos, su opción queda definida por una rama de la psicología (la psicopatología), por una teoría (el psicoanálisis), por un campo (la clínica) y por un nivel (grupal).
Podemos indicar tres etapas en el proceso de aprendizaje del rol de psicólogo y en el correlativo descubrimiento de sus habilidades como tal: el sentido común, la teoría y la experiencia. Con sus primeros pacientes, el psicólogo suele utilizar su sentido común o su intuición de una manera no muy diferente a como lo haría un amigo o un familiar. Cuando esto comienza a fallarle, recurre a la teoría, es decir, a todo lo que estudió durante su formación académica. Y cuando no encuentra respuestas en los libros, vendrá en su auxilio la experiencia que por entonces haya acumulado. En un principio el psicólogo encuentra en el paciente aquello que está buscando, porque sólo busca lo que ya sabe. Poco a poco sin embargo, irá encontrando y aceptando casos de los cuales no puede dar cuenta ni con su intuición, ni con sus estudios ni con su experiencia. Es el momento de la interconsulta con otros profesionales o, tal vez, el momento de anunciar a la comunidad científica la aparición de una nueva patología. Algo así le pasó a Otto Kernberg cuando propuso la categorización bordeline.
Asimov (1994), en sus obras de ficción, imaginó en 1941 las tres leyes que debían regir el comportamiento de todo robot: 1) Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por medio de la inacción, permitir que un ser humano sea lesionado. 2) Un robot debe obedecer las órdenes recibidas por los seres humanos, salvo si las órdenes entran en conflicto con la Primera Ley. 3) Un robot debe proteger su propia existencia salvo que ello entre en conflicto con la Primera y la Segunda Ley.
Pero, ¿son comparables un psicólogo y un robot? De hecho, muchos pacientes actúan como si el psicólogo lo fuera desde que Asimov definió al robot como «un objeto artificial que se parece a un ser humano». Si las leyes de los robots se aplicaran a los psicólogos, debieran ser las siguientes: 1) La obligación del psicólogo es evitar todo daño físico o mental al paciente, sea por acción o por omisión. Se violaría esta ley si el psicólogo no hace nada para evitar el suicidio del paciente. 2) El psicólogo está obligado a obedecer al paciente, salvo que obedeciéndole entre en conflicto con la primera ley. Se violaría esta ley si a pedido del paciente le administra un tratamiento que lo empeorará. 3) El psicólogo está obligado a preservar su propia existencia, salvo que por preservarla entre en conflicto con alguna de las dos primeras leyes. Se violaría esta ley si el psicólogo decide abandonar a su suerte al paciente sin derivarlo para preservar su propio equilibrio mental, con lo cual el paciente sufrirá daño mental.
A medida que se desarrolle en su profesión, el psicólogo irá activando su cerebro reptiliano marcador del territorio cuando se enoje porque un tarotista destrabador le “robe” pacientes. Sufrirá escarnios y difamaciones porque alguien sintió que el psicólogo le “robaba” a su pareja, cuando en realidad lo único que hacía era crear las condiciones para que el paciente pueda elegir con libertad y cambiar su vida favorablemente.
Como señala la licenciada Rodríguez Suárez (2018:17), irá formándose en el pensamiento científico y podrá adquirir eso que se llama humildad convenciéndose que no hay dioses en la psicología y que ni uno mismo tampoco lo será jamás. Los psicólogos atravesarán su propio proceso de resiliencia y por ello mismo podrán, gracias al desarrollo de su empatía, ayudar a otros en el mismo proceso. No resulta peyorativo afirmar como muchos lo hacen, que un psicólogo estudió psicología para solucionar sus propios problemas. Todo profesional de la salud ha tenido que poder contener y regular los propios conflictos y adversidades de su propia biografía para poder trascenderse a otros. El conocimiento que haya adquirido lo coloca del lado de la salud, y la actividad de servicio que realice para ayudar a otros completa el proceso un que ha transitado desde lo individual a lo social.
(Extraido de Cazau Pablo, “El territorio de la psicología”)