Qué hacer con el tiempo

 

 

El cerebro humano evoluciona a los tropiezos.

Su parte racional, el neocórtex, apareció ‘ayer’, comparativamente hablando, lo cual puede explicar porqué no sabe todavía qué hacer –de la misma forma que un mono al encontrar una Notebook- con uno de sus principales descubrimientos: el tiempo.

El cerebro ha descubierto que el tiempo es algo mucho más extenso que los breves segundos del presente a los que estaba acostumbrado desde sus lejanos orígenes reptilianos.

Por empezar, encontró dificultades para concebir tamaña extensión y fue así que por ejemplo, en el año 1654 se calculó que la creación del mundo tuvo lugar el 26 de octubre del año 4004 antes de Cristo. Por la misma época, Giordano Bruno fue quemado en la hoguera por sostener, entre otras cosas, que el universo era infinito, con lo cual resultaba imposible que Dios lo hubiese creado en algún momento.

Las profecías apocalípticas que fijan fecha y hora de la destrucción del universo son tal vez otro ejemplo de la dificultad para entender la enorme magnitud del tiempo.

Pero no hablemos del macrotiempo cósmico. La parte racional de nuestro cerebro ni siquiera se ha acostumbrado al escaso microtiempo que nos toca vivir individualmente.

Por empezar no sabemos qué hacer con nuestro pasado, y entonces nuestra parte emocional, el cerebro límbico, lo puebla de remordimientos, arrepentimientos, y recuerdos dolorosos que nos atormentan una y otra vez. Los reptiles no saben que tienen un pasado y están libres de todas esas cosas.

Tampoco sabemos cómo lidiar con nuestro futuro, con lo cual nuestras emociones lo invaden con preocupaciones ridículas, peligros imaginarios que vanamente intentamos neutralizar con cosas como la promesa de una vida eterna pletórica de felicidad (siempre y cuando nos portemos bien y vayamos al cielo).

Al cerebro racional le cuesta entender que el pasado sirve para aprender, y de allí aquel dicho que describe al hombre como el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. Y le cuesta también entender que el futuro es algo para planificar, y entonces no puede medir las consecuencias de sus actos terminando herido, encarcelado, enfermo o muerto antes de tiempo, valga la redundancia.

Y es así como nuestro cerebro racional intenta resolver estos graves problemas resignificando el pasado quitándole carga traumática, como hace la terapia psicoanalítica, o resignificando el futuro a través de un proyecto de vida como hace la terapia existencial humanística.

Acorralado por su negro pasado y por su futuro aún más negro, nuestro cerebro también puede optar por refugiarse en el presente, el único lugar que siempre conoció desde hace millones de años. Entonces decide encapsularse en un eterno presente y vivir al día entregándose a los placeres mundanos y a las drogas peligrosas, o bien implementando estrategias ‘sanadoras’ como el concentrarse en el aquí y ahora de la terapia gestáltica o del pensamiento budista.

No estoy desestimando esa forma de terapia ni este estilo de vida. De hecho, son una de las pocas cosas que el cerebro puede implementar, mientras aún no haya aprendido qué hacer con el tiempo.

Pablo Cazau

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