Una cuarentena es una situación excepcional capaz de sacar todo lo mejor que tenemos dentro, pero también puede sacar todo lo peor.
En tal sentido es un territorio fértil para la aparición de pensamientos distorsionados que engendrarán ansiedad, miedos, enojos y tristezas, y una buena oportunidad para corregirlos. Veamos algunos ejemplos.
1) El pensamiento catastrófico imagina siempre el peor escenario posible. “Como estornudé, estoy contagiado, voy a contagiar a toda mi familia y tendremos que hospitalizarnos”. “Este virus se extenderá a todos los habitantes del planeta y desapareceremos como humanidad”. La forma de corregir tales pensamientos es considerar que vendrán momentos difíciles que deberemos sobrellevar, pero que las catástrofes que imaginamos casi nunca ocurren.
2) La minimización supone negar el peligro. “A mì no me va a pasar nada, son todos unos panicosos y alarmistas”. Esto puede explicar porqué las personas no acatan las reglas de la cuarentena y por ejemplo insisten en irse de vacaciones como si nada pasara. Nuestros pensamientos deberían concientizar el peligro real y actuar en consecuencia.
3) La falacia del destino supone dejar todo en manos de un dios y no hacer nada ante lo inevitable. “Si Dios nos envió esta pandemia será por alguna razón. No hay nada que yo tenga que hacer”. Esto explica porqué las personas salen de sus hogares pues creen que igualmente se enfermarán. El pensamiento que corrige este sesgo es considerar que parte del problema está en nuestras manos y que, por tanto, podemos ayudar a resolverlo.
4) La lectura de mente implica adivinar los pensamientos de los demás creyendo que son verdaderos: “Esa persona en la calle me miró, está pensando que yo estoy contagiada y que la voy a contagiar, y que me considera un irresponsable por salir a hacer las compras”. Esta forma de pensar puede engendrar hostilidad y violencia entre la población, como si todos fueran enemigos entre sì. Corregir esta distorsión significa suponer lo que piensan los demás en base a elementos de juicio más objetivos y palpables.
5) La falacia de control: es cuando se cree que todo el control de las acciones de todos dependen de uno, que se es el exclusivo responsable. “Ustedes limpian mal la casa, no saben lavarse las manos, no saben què hay que comprar, còmo cuidarse, todo tengo que hacerlo yo porque si no ya estaríamos todos contagiados”. Para corregir esta distorsión hay que favorecer a los otros a que asuman su parte de responsabilidad y saber que hay variables que, aunque intentemos controlar, no dependerán de nosotros.
Margarita Rodríguez Suarez
Pablo Cazau