Hay un momento en nuestra vida donde por fin llega el título universitario entre harina, huevos y aplausos, y creemos ingenuamente que ya somos profesionales, cuando en realidad apenas si somos alumnos expertos. Ya al día siguiente todos empiezan a notar una metamorfosis que irá delineando nuestra identidad profesional. Como ahora hemos pasado de la noche a la mañana a ser licenciados, miramos con mayor circunspección a los demás, no nos reímos tanto, dejamos de usar zapatillas y disimulamos más nuestras travesuras. También dejaron de existir en nuestro vocabulario las toses y los rayes, que pasaron a convertirse en conversiones histéricas y trastornos de la personalidad, palabras estas que jamás habríamos utilizado siendo alumnos porque nos hubieran tildado de excéntricos y engreídos.